En las democracias, sin apellidos, el soberano es el ciudadano. Es decir, cada miembro de la sociedad tiene el derecho y el deber soberano de decisión en los asuntos públicos: es quien decide, cómo se ejecuta lo que han decidido y la evaluación de los beneficios reales, la eficacia, calidad y eficiencia de los resultados de las decisiones. Esto es ejercer la soberanía ciudadana. Este activismo cívico es la base y la piedra angular de las democracias contemporáneas que se precien de serlo. El nivel de ejercicio de la soberanía ciudadana marca y define el grado y la concreción del sistema democrático.
En las democracias más desarrolladas, sanas y participativas, deciden los ciudadanos, y además eligen a los servidores públicos que deberían obedecer la voluntad cívica expresada de diversas maneras: a través del voto en elecciones libres, pluripartidistas y competitivas, referendos, plebiscitos, encuestas, laboratorios de pensamiento.
En este modelo, los políticos, los funcionarios del Estado y del gobierno a todos los niveles, solo son servidores públicos. Es decir, son o deben ser elegidos o revocados por el soberano que es la ciudadanía. Cuestionar, evaluar, juzgar, solicitar la dimisión o enjuiciar a un presidente o expresidente, no son acciones contra la estabilidad del Estado o la Nación, al contrario, son la garantía del buen funcionamiento, la eficiencia, la eficacia y la gobernabilidad de las estructuras oficiales que están para servir, para cumplir, para asegurar que las decisiones del soberano, que es el ciudadano personal o asociadamente, encuentren el modo de contribuir al desarrollo, la convivencia y la felicidad de la nación.
La pirámide invertida de la soberanía
En Costa Rica esta pirámide está invertida. En la cúpula está el lugar exclusivo de decisión, incluso con mucha frecuencia sin consulta ni debate previo, o mediante “consultas” dirigidas entre los que piensan uniformemente. Los que deben ser servidores públicos actúan como soberanos, y la ciudadanía está para acatar y obedecer so pena de ser castigada o con frecuencia culpada de irresponsabilidades e indisciplinas por no cumplir con las orientaciones “de la oligarquía política”.
Cuando una sociedad funciona como un elevador y no como una asamblea, es decir, hay que “elevar” las necesidades y reclamos por unos “canales establecidos” y en los “momentos decididos” por los que mandan y, luego, hay que esperar a que “bajen” las decisiones, los planes, las tareas, las políticas y hasta los precios ,y lo que “te toca” decididos desde arriba…, en esa sociedad el pueblo no es el soberano, y todo ciudadano que tome conciencia de su soberanía, solo por serlo, y se decida a intentar pensar, expresar, dialogar, aportar, “ por cuenta propia”, sin que le hayan permitido hacerlo, es considerado un “problema”, una subversión, un contrario, un enemigo, un mercenario.
Cuando los que deben ser servidores públicos ponen lo público a su servicio y a merced de sus anuncios, decisiones, explicaciones, y a los ciudadanos, sin poder usar los Medios, solo le queda el “mejor me callo”, o “voy a elevar esta queja”, o “yo quisiera saber quién decidió esto”, o el “yo no entiendo por qué es esto”, y otras quejas por el estilo… entonces es que la soberanía está arriba en manos de “los que saben qué, cuándo y cómo” se hace todo; los que “tienen los recursos”, los que “dan los permisos”, los que “dan lo que te toca”, los que “saben explicar”, los que deciden el “cronograma y el orden para confeccionar, discutir y aprobar” las leyes, decretos, regulaciones, listados de “en qué se puede o no se puede trabajar”; cuando este mismo grupo tiene los Medios de Comunicación “masivos”, son los “que ponen y quitan” el Internet, la telefonía, y la corriente eléctrica… Entonces el pueblo, vale decir, el ciudadano, la sociedad civil, la comunidad, la nación no es el soberano, no tiene cómo ejercer el poder.
Cuando los que deben ser servidores públicos ponen lo público a su servicio y a merced de sus anuncios, decisiones, explicaciones, y a los ciudadanos, sin poder usar los Medios, solo le queda el “mejor me callo”, o “voy a elevar esta queja” (…)
En ese tipo de sistema los ciudadanos y la sociedad civil están para escuchar, hablar cuando los demás deciden y sobre lo que los otros determinen que se puede hablar o debatir. Los de abajo solo estamos para obedecer las orientaciones de arriba sin derecho a quejarnos, reclamar, o ejercer el pensamiento, las propuestas diferentes, sin que inmediatamente te caiga arriba una lluvia de improperios, descalificaciones, teorías de la conspiración y “secretos revelados”. En ese clima de desconfianza, en ese ambiente de descalificaciones, en ese ejercicio detectivesco de destapar enemigos, sospechosos, desafectos, traidores a la Patria… sin distinguir, sin darle el mismo tiempo y espacio en los Medios, sin poder ejercer la réplica; en esa atmósfera de crispación y confrontación no se puede construir la unidad en la diversidad, ni pensar como país plural, ni aportar soluciones diferentes a las “bajadas”. En esa pendiente de “revelaciones”, recelos e infidencias, se precipita al país hacia la violencia y la división.